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Como se nota que es invierno y no estoy nada inspirada y además tan llena de curro que cuando salgo de la ofi lo único que me apetece es ir a desconectar un rato en el gym, ducharme y morirme en mi cama.
¿Noviembre? pasaron tipo casi 4 meses…
Bueno también es verdad que durante el pasado mes vi cosas tan distintas al mundo del cine, del marketing, de Internet y de mi vida en general que igual no he vuelto con tantas ganas de ponerme a escribir sobre ello. Creo más bien que tengo que «volver» aún.
Porque la India es un olor y un sabor, sigue ahí dentro de mi, aunque me ponga unos tacones y vaya de prisa (que es como está de moda ahora) por José Abascal con mi bolso de marca porque tengo reunión, y aunque los sábados sigo saliendo y tomando cerveza como hacía en mi vida «antes» de la India.
Están ahí aún los ojos de todos los niños de la misma edad de mi sobrino que he visto jugando en el barro, de todas las niñas que se te acercan, te dicen «bella!!!» y te piden algo… y lo peor es que les das 100 rupias (1.40 € más o menos) y se te acercan 10 más.
Sigue en mi boca el sabor a curry y masala, siguen en mis ojos cada amanecer y cada atardecer y siguen dentro de mi las palabras leídas del Dalai Lama en Khajuraho. Siguen ahí las risas con mis compañeras de viaje, cuando nos sacaban fotos a escondida (bueno tampoco es que se escondieran mucho) porque nunca han visto a 3 blancas de 30 años viajando solas sin pareja.
Nos marcaron unas cuantas veces y al decirles que no estábamos casadas la mejor respuesta fue «No husband, no money!»
Las risas con mis amigas siguen aquí conmigo cuando pienso en el principal medio de transporte que hemos usado durante toda la estancia: el Tuc-Tuc, y con riesgos a caernos en corsa por el estado de la mayoría de las calles. Algunos de mis amigos me han preguntado «has tenido miedo en alguna ocasión?» Pues no, nadie te mira con intención de robarte o hacerte daño, aunque un par de veces alguien me ha aconsejado no llevar mi iPhone en el bolsillo de los shorts.
Sigue ahí la emoción de estar en el Ganges al amanecer y con escalofríos por el silencio y por la humedad, y los indios remando en el barco por unas pocas rupias y mirando a los japoneses haciéndose fotos con palo de selfie.
Siguen ahí las preguntas sin respuesta: la gran mayoría de ellos no tienen para comer pero su religión les prohíbe comer los millones de vacas por la calle. Los mismos que no tienen para comer se emborrachan durante las fiestas de cumpleaños de los miles de dioses que tienen. (Shiva fue nuestro acompañante durante unos 4 días de las vacaciones, ya que era su cumpleaños o el aniversario de no se sabe qué, no nos ha quedado muy claro la verdad). La gran mayoría de ellos bañan los cadáveres en el mismo Ganges donde lavan la ropa y se duchan cada mañana.
Sigue ahí el olor a carne quemada de los gahts y los cadáveres a quemar… y el contraste del silencio de Benarés con el caos de Delhi, los coches y las vacas en el mismo carril, y todos los niños que cruzan la calle jugándose la vida cada día y varias veces por día. Siguen los miles de templos vistos… y el corte de respiración que dan al atardecer.
La estación de Jhansi y el día del tren, creo la parte más dura de mi viaje, físico e interior. Cuando te das cuenta de que te estás dejando llevar por algo que no conoces y te da miedo porque has pasado muchos años con una coraza tan dura que no sabes si quieres romperla o es más fácil seguir así. Me arriesgué a tener que subir a un tren en corsa: por suerte el nuestro paró en la estación, pero creerme que es porque tuvimos suerte, en la estación de Jhansi no hay orden ni lógicas.
Si hubo un momento en que me sentí perdida fue antes de coger el tren, cuando no se sabía si llegaba y donde llegaba, y cuando han llegado los inesperados chicos de la agencia que contratamos (bautizados «el gato y el zorro» con mis amigas, justo para echarnos unas risas en un momento tensión «no-sé-que-hacer-ni-donde-ir-help-me-please») he pensado: «siempre en la vida tiene que venir alguien a ayudarte o es que tienes que arreglártelas por muy jodidas que sean las cosas?».
Sigue ahí el casi-paro-cardiaco que me dio el estar delante del Taj Mahal. No conozco y probablemente nunca conoceré este tipo de Amor (entre hombre y mujer) con mayúscula y encontrarme delante de una prueba tan inmensamente imponente me hace esperar en un mundo mejor. Y las fotos no salieron bien, como a menudo en la vida, nada es perfecto, ni este post, pero bueno el intento es de expresar todo eso:
Sigo pensando en la cara de los enfermos cuidados por las monjas de la fundación de Madre Teresa, que por mucho dinero que les dejes, no te quita el sentirte culpable por haber nacido en la parte «buena» (?) del mundo.
Y hablar con indios de clase alta puede ser muy frustrante el último día de viaje, porque has visto tantas cosas reales y es que ellos, no tienen ni idea.
Ya han pasado casi 3 semanas de mi regreso y sigo pensando en si me la voy a jugar por en lavarme los dientes con agua corriente: los últimos días del viaje me empezó a dar igual. Creo que he aprendido de los indios la tranquilidad de pensar «si algo tiene que pasar, pasará y se superará… que se joda el agua mineral, no tengo y me quiero lavar los dientes«.
Y sigue ahí el bajón al aterrizar de vuelta y oír al comandante decir «Bienvenidos a Madrid, el cielo está despegado y tenemos 10 grados centígrados», porque sigo siendo siciliana y por muchos años que lleve fuera de «la isla», lo que nos va a los sicilianos son más bien los 30 grados.
Y ahora puedo poner título a esta entrada, que estuvo sin nombre hasta ahora: este Blog no es para eso e igual habéis llegado al Blog por alguna palabra relacionada con SEO (ya me gustaría a mi jajajaj) pero esta soy yo.
Esta fue mi India y sin filtros de Instagram.